miércoles, 31 de enero de 2018

Deus ex machina

Hola, soy el escritor de este relato y me acabo de cargar la cuarta pared. ¿Sorprendido? Pues vas a flipar con lo que viene ahora. Resulta que me perteneces. A partir de aquí todas tus acciones, todas tus creencias e incluso tus sentimientos quedan dictados por una sola persona, a saber, yo mismo, sin que haya ninguna forma de que tú puedas hacer nada para evitarlo (salvo dejar de leer, claro, pero a nadie le gusta dejar un relato a medias, ¿no?). Como sea, vamos a empezar con la historia.

Te encuentras en el Coliseo. Estás en medio de una enorme explanada de tierra rodeado por una multitud de personas que te señala y te grita. Ese de allí se parece a tu vecino de al lado, solo que más gordo y más bizco. Reconoces a algunas caras desperdigadas aquí y allá, lo cual no deja de ser lógico, ya que estás en tu ciudad natal. De pronto el público enmudece y ante ti se encuentra tu oponente. En tu vida has visto a un tío semejante, es mucho más alto que tú y por lo menos dos veces más musculoso. En el peto que lleva sobre el pecho se podría cocinar un lechón entero. Su cara cuadrada y marcada por cicatrices te mira un momento antes de correr hacia ti con los puños por delante. Asustado, alzas la guardia y esperas la embestida...

Estás sentado en una mesa de un restaurante elegante. ¿Qué? ¿Te molesta que haya cambiado de escena? Pues te fastidias, además te hubiera dado una paliza. Como sea, ante ti se encuentra una mujer. No es especialmente guapa ni especialmente inteligente, pero a ti te da igual, ya que la amas. En este momento te está contando una historia súper insulsa sobre sus andadas en la universidad, pero tú estás tan embelesado por su sonrisa que ni siquiera estás prestando atención al relato. Tras esperar a que acabe su historia, te arrodillas y después de soltar el discurso que llevas preparando toda la semana, un empalagoso recordatorio de los tres años que lleváis juntos, le pides matrimonio. Ella acepta y tú, cogiendo el anillo que llevas en el bolsillo derecho, sujetas su mano y procedes a sellar el compromiso de vuestro amor...

Te hallas a los mandos de una nave exploradora, surcando el rincón más lejano de la galaxia conocida. Sí, ya sé que he vuelto a cambiar de historia, prometo que será la última vez. En fin, llevas tiempo pilotando esa nave, tanto que ya no te sorprende ni la magnífica vista que te rodea. Es curioso cómo has cambiado desde que te alistaste en la Marina Espacial. De ese novato feliz y orgulloso de su misión queda ya poco, pues el tiempo y las calamidades te han hecho duro, un perro de presa sin nada que perder y que solo busca dinero y una cama caliente. Es por eso que elegiste esa misión: ir más allá de lo que se conoce, documentar los confines más recónditos del universo, buscar planetas habitables. La recompensa, todo lo que encuentres en el camino. Los años pasan y envejeces, comprendes que has pasado tu vida buscando un hogar y que te vas a morir sin encontrarlo. Resignado cierras los ojos esperando a la muerte.

Y eso es todo, aquí acaba tu historia. ¿Qué? ¿Que por qué he decidido acabar tu historia aquí? Porque puedo, sinceramente. ¿Preferirías otro final? Más suerte la próxima vez.

Alfonso Pizarro
Estudiante de Filología Hispánica


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