miércoles, 22 de noviembre de 2017

Vis honorque

Primera línea de combate. Polvo, calor, sudor… Miles de hombres, todos iguales a ti, legionarios por todas partes. Avanzas. Aceleras el paso. El centurión os ordena que os detengáis. Esperas una orden. Ante la orden avanzáis, todos a una.

De repente miles de enemigos en frente: hoplitas cartagineses. Sus cascos relucen ante la luz que se filtra entre la polvareda. Cincuenta metros. Entre el sonido de las pisadas y el duro acero de espadas y escudos, se escucha un sonido mortal y familiar. Instintivamente levantas el escudo e inmediatamente varios dardos se clavan en él. Arrojas tu pilum y a la par los demás legionarios. Miles de silbidos se filtran en el aire con el sonido de miles de lanzas clavándose en escudos y del crujir de los huesos al contacto con el metal.

Sigues avanzando. Cinco metros. Te enzarzas en un combate a muerte con tu enemigo. Tiene rasgos iberos. Te ataca, levantas tu escudo e inmediatamente lanzas una estocada y el gladio se clava en la carne. Un soplo de aire fresco te recorre todo el cuerpo y continúas dando mandobles. Ahora un soldado de armadura romana se encuentra frente a ti pero sabes que no es un legionario. Te lanzas contra él, te esquiva y te hiere el brazo del escudo. Con un movimiento rápido logras alcanzar su yugular y, cuando éste se lleva las manos al cuello, aprovechas y le clavas la espada en su estómago, matándolo.

La adrenalina recorre tu cuerpo, pero miras tu herida. Sangre. Mucha sangre. Tu ímpetu te abandona por completo y ya tienes a otro enemigo en frente. Con las últimas fuerzas que te quedan levantas el escudo. El golpe es demasiado rotundo para tu herido brazo y lo sueltas. Las últimas energías que te quedan las utilizas para rematarlo.

Ya no puedes más, tu armadura está llena de sangre ibera, cartaginesa y la tuya propia. Te derrumbas. Tienes el sabor amargo de la sangre y el sudor en tu paladar, nublándote la mente. Te concentras y un recuerdo llega a tu memoria, tu dura niñez en las calles de Velatri, tu entrenamiento militar desde los dieciséis. Todo te sobreviene de golpe justo cuando un cartaginés se aproxima para rebanarte el cuello. Te revuelves rápido pero no lo suficiente y mueres como querías: de pie, ante tu enemigo mortal. Al menos tu sacrificio serviría de lección para tus enemigos y de ejemplo para tus aliados. Un soldado de Roma jamás muere de rodillas. Vis honorque. Fuerza y honor.

Diego Morín
Bachillerato




viernes, 10 de noviembre de 2017

El baile de las estrellas

Mientras paseo fugaz por el asfalto veo un lugar donde las estrellas parecen más cercanas, junto con las nubes, las cuales se acompasan en un baile celestial motivado por el soplo natural que culmina en una mezcla de colores, capas y sueños.

En los tonos rojizos del firmamento puedo ver al gran Helios que termina su recorrido de la bóveda terrestre, mientras Orfeo me canta una nana. Ante tal espectáculo sólo cabe la incredulidad, pero la oculto y me dejo llevar por la magia de esa amalgama de contrastes de colores, palabras, promesas que se quedan en el aire, suspiros...

Queda poco tiempo para que todo se desvanezca, muera el día y con este, mi sueño de que Saturno no se lleve este instante para siempre. Veo cómo todo muere, cómo todo se oscurece, pero también cómo crece lo que llevo dentro, el ansia de que todo se repita, la esperanza.

Rafael Álamos García
Bachillerato



martes, 31 de octubre de 2017

Márchate

Hoy me veo aquí sentado escribiendo a algo ficticio. Me encuentro escribiéndote a ti. Estoy cansado de buscarte. Estoy harto de caer en tu trampa, de resbalar, tropezar, perder el rumbo... Solo quiero que dejes tu vaivén, que no te pares a vacilar ni un momento más. Que no te vuelvas a separar de la mano que te brindé, que no te vuelvas a reducir a cenizas mientras te disfruto.

Juro haberte visto en numerosos lugares. Te recuerdo en aquel juego infantil, en la sonrisa de aquella chica, en la loca noche de bebidas en la que te desvaneciste...

¿Y sabes? Te has reído tanto de mí, me has abandonado tantas veces... Quiero que cojas tu maleta de sonrisas y te marches, no te atrevas a volver jamás. Ahora soy amigo de la tristeza, de la soledad, de la amargura. Tú ya no eres más que algo inexistente para mí, da la vuelta y marcha por tu ahora solitario camino de felicidades rotas y sonrisas obligadas.

Alberto Díaz Moreno
Bachillerato


miércoles, 18 de octubre de 2017

El mundo y The Punisher

Hace poco decidí revisar la serie de comics bajo el nombre The Punisher Max y me sorprendió mucho el tratamiento del mundo y el lenguaje que utiliza para plasmarlo. Pero antes, un poco de contexto sobre quién es The Punisher y la saga The Punisher Max.

Frank Castle es un ex marine que había participado en la guerra de Vietnam, tenía una vida normal con esposa e hijos hasta que estos murieron en un fuego cruzado entre mafiosos en Central Park, quedando Frank como único superviviente. Tras varios meses desaparecido resurge con el alias de The Punisher, librando una guerra contra la mafia y cualquiera que merezca ser castigado.

En la historia Max Punisher lleva treinta años aproximadamente en una guerra constante contra la mafia. Al contrario de otros superhéroes con límites morales, Punisher solo entiende como regla no matar a inocentes, entendiendo por inocente aquel que no ha cometido ninguna maldad (visto desde el punto de vista del propio Punisher).

Teniendo claro lo básico, es momento de tratar el podrido mundo que describe la serie Max. En primer lugar, la violencia es coherente con la realidad que vive Punisher con gente que ha hecho cosas horribles y donde la inocencia es algo prácticamente inexistente. En segundo lugar, el personaje es así porque ha sido moldeado a golpes, es una víctima más. Y en torno a eso giran todos los personajes, que son aplastados por el mundo y por la violencia que se ejerce. No hay nadie que sea bueno, casi todos tienen algo malo.

Llegados a este punto es necesario comentar el diseño artístico, la paleta de colores, la caracterización de los protagonistas… todo es parte del carisma y aura de la obra. Los propios dibujos de los personajes son muy representativos, pues desde el momento en el que los ves te das cuenta de que la vida no está hecha de blancos y negros. Todos los mafiosos tienen la cara con rasgos muy parecidos: de no ser por el parche en el ojo, no distingues a Nick Furia de Punisher, y los tipos más desquiciados, los más apaleados por el mundo tienen rasgos suaves…

Las escenas de pelea son gore, los diálogos son sucios, colmados de tacos, el comic no censura nada, porque la vida de los personajes es así. Frank ve escenas de destripamientos y gente quemada viva y no se inmuta, es más, la mayoría de estas situaciones son provocadas por el propio Punisher.

La vida es cruel y la visión de la novela gráfica es así porque, en mayor o menor medida, es un reflejo. Puede que The Punisher Max no sea la obra más profunda o la más trascendente, pero puede hacer reflexionar a más de uno.

Juan Mateos
Bachillerato




miércoles, 4 de octubre de 2017

Pararse a disfrutar

Frente a todos los agobios que produce la dinámica de Madrid, contrasta la paz que encuentro en mi habitación al caer la silenciosa noche. Aunque sea pequeña y esté abarrotada de trastos (tanto, que a veces parece que ha pasado por allí un terrible tornado), solo hacen falta dos cosas para convertirla en el único lugar en el que se puede entrar y buscar en el baúl de los recuerdos. Únicamente basta con encender esa tenue luz que, sin avivar totalmente la completa oscuridad, me permite encontrarme conmigo mismo y que ese momento sea un intento más de dar respuesta a mis preguntas vitales. Además de encender esa pequeña lámpara, también necesito de la compañía de una suave melodía; es increíble que a partir de un solo click pueda conocer a los grandes compositores, con los cuales, a partir de sus magníficas y hermosas piezas, me embarco en el viaje hacia la búsqueda del mayor tesoro jamás anhelado, y encontrado solo por unos pocos: el sentido que la existencia lleva consigo. Qué hermosos son esos momentos de silencio en los que uno llega a los más recónditos destinos de su corazón y, a su vez, qué tristeza contemplar que hayamos perdido el acto más íntegro del ser humano después de amar: hemos olvidado qué es pensar.

Ricardo Muñoz Ruiz-Dana
Bachillerato


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Aquellos

Un mundo en el que vives pero no estás. Un mundo en el que las letras no cuentan, por no ser números. Una realidad que algunos aceptan y otros soportan. Algunos más viven aquí, pero no están con nosotros. Ahogan su tristeza y soledad en un océano de libros y partituras que les acompañan, como fieles cónyuges, por un oscuro camino que no es el suyo, pero que cada día pisan.

En algunas ocasiones puedes observarles convirtiendo noches frías en apasionados bailes, entre ellos y sus símbolos sin sueño. Es el momento en el que hablan en silencio y callan con palabras. Sufren rodeados de simples seres que habitan en las sombras de un mundo de luz.

Alberto Díaz Moreno
Bachillerato



sábado, 29 de abril de 2017

Quédate

Ella observó a través de las ventanas rotas y sucias cómo los globos que lanzaba todos los días hoy volaban también.

Se sentó en un viejo taburete de madera. Contempló su habitación. Se encontraba en el tercer piso de un edificio viejo y ruinoso, como todos los que estaban en esa “ciudad”. Por dentro no se daban mejores características que fuera: el aire que se respiraba no parecía puro para nada y olía a humedad por todo el edificio. Cualquier movimiento producía eco pese a la basura que estaba tirada por el suelo. Todo estaba completamente vacío. La calefacción llevaba un buen tiempo sin funcionar y lo único que calentaba la sala era la luz natural. La habitación tenía las paredes de color rosa mientras que el suelo era de color negro. Casi a punto de salir ya por la puerta, vio un sillón rojo que no recordó haber visto nunca. Todo lo que se encontraba dentro del edificio estaba cubierto por polvo o suciedad, pero el sillón no lo estaba ¿sería nuevo? El día no le iba a ir bien si se quedaba tumbada, así que rápidamente desvió su mirada.

Cuando Rosa salió a la calle tan solo tuvo que dirigir su mirada hacia la izquierda para ir al lugar que deseaba. Era un cine ruinoso, con un cartel que pedía a gritos que le tirasen de una vez de esa sucia y vieja fachada. Volvían a emitir hoy la misma película de siempre: El cielo es un lugar en donde Nunca Jamás ocurre. Rosa sabía que había visto esa película alguna vez, pero no recordaba nada de ella y por eso quería volver a verla. Esperaba que alguien llegase con la película. Esperó, pero fue inútil. No podía reprimir el deseo de que el maldito coche que nunca hizo nada porque estaba desguazado, hoy, funcionase.

Tras unos minutos de contemplación y reflexión, siguió su camino. Había olvidado por qué estaba ahí, por qué todos los días tenía que hacer lo mismo, por qué estaba sola.

Al levantarse vio, un día más, cómo era su zona. Tres filas de edificios viejos y ruinosos y una valla transformaban en un corralito el lugar donde se encontraba. No sabía cómo era posible que alguno de los edificios no se hubiera caído todavía. A su alrededor había estatuas, sillas y mesas propias de un restaurante, y más basura.

Subió de nuevo a su edificio. En el segundo piso sonaba un viejo tocadiscos. Las canciones eran antiguas, y aunque no le hacía mucha gracia el género de estas, le gustaba escucharlo. Le recordaba buenos tiempos, cuando ella no estuvo nunca ahí.

Llegó la noche. Un buen presentimiento le hizo bajar las escaleras del edificio con ilusión.

Volvió a ver el cine, la basura, los edificios ruinosos, todo lo anterior, pero de una manera ordenada. De hecho, el coche desguazado pasó a estar tuneado. Tenía pintado un paisaje celeste: el mismo cielo. Ángeles alegres con instrumentos, nubes, etc. Sí, debería de ser el cielo. Pero Rosa ni siquiera se fijó en eso. Se le encendió el corazón porque alguien tenía que haber movido todo. Creyó por un momento que se encontraría a quien lo hizo.

Las luces del cartel del cine se encendieron en ese momento.

Tres personas aparecieron en la puerta principal del cine. Rosa las reconoció al instante. Eran sus amigas. Siempre fueron amigas, pero un día desaparecieron. Fueron las únicas amigas de Rosa. La verdad es que había pasado tanto tiempo de su último encuentro que ni ellas se acordaban de cuándo fue la última vez que se vieron.

No se dijeron nada entre ellas. Solo sonrieron y rieron mientras bailaban.

El reloj marcó las once y once de la noche.

Empezó a nevar. La calle se llenó de personas vestidas totalmente con un traje blanco. Aparecieron de la nada. Todos estaban quietos y tranquilos, como estatuas. Miraban cómo las cuatro chicas bailaban y reían juntas. Mientras tanto, los atuendos ordinarios de las cuatro chicas cambiaron por unos más elegantes.

Vieran o no al resto de personas, el caso es que las ignoraban. En aquel mismo momento ella ya no se preocupaba por nada. Se encontraban las cuatro de nuevo, tras un gran tiempo. Tal vez fuese eso lo que celebraban.

Después de unos segundos, el cine se iluminó por dentro. Sus puertas se abrieron. La calle se llenó de luz. La persona que abrió el cine era alguien vestido de negro, al contrario que el resto. Desapareció al abrir la puerta, ni siquiera dio tiempo a que las chicas pudieran verlo.

Para ver la película con sus amigas, las cuatro chicas entraron corriendo, cogidas de la mano. Corrían con una sonrisa en sus rostros. Rosa no podía creer que, tras tanto y tiempo y además con su gente, podría ver al fin la película. No le importaba nada más en ese momento que poder ver la película con la que soñaba con las personas que más quería.

Del bolsillo de Rosa cayó una bellísima rosa sin espinas que creía haber conservado desde el día que nació.

Las puertas del cine se cerraron inmediatamente después de que las chicas entraron. Los hombres vestidos de blanco también desaparecieron en ese instante. Las luces de la fachada del cine, todas al unísono, se apagaron un tiempo después.

La calle quedó sumergida en un color negro increíble.

Dentro del cine Rosa se detuvo y se quedó totalmente quieta en el pasillo. Sus amigas la miraron sin que ella dijese una palabra. Sus ojos lo decían todo. Se sentía mal con ella misma, tanto tiempo en ese infierno… ¿lo echaría de menos?, ¿una película vale tanto la pena como para haber renunciado a todo lo anterior?

En ese momento pensó en el día que había vivido. Si no se detuvo cuando pudo haberse tumbado en un sillón, si tuvo la oportunidad de comer exquisiteces y no lo hizo para seguir con su destino, ¿por qué se iba a detener ahora?

Sonrió a sus amigas y siguieron su camino.

Tan solo había una puerta con el cartel de la película. A Rosa se le hizo raro verse a ella misma en el cartel. Como sea, las cuatro entraron.

En ese momento las luces de dentro del cine se apagaron. Todo se quedó a oscuras, excepto la sala de la película.

Ahora sí, por fin Rosa se dio cuenta del sentido de todo. Encontró una razón a todo en el mismo momento en el que vio el mismísimo y bellísimo cielo. Sus amigas dieron las gracias a Rosa porque las había protegido durante su vida. Ahora habían sido ellas las que habían ayudado a Rosa a llegar a su feliz destino. ¿Es que acaso hubiese llegado Rosa al cielo sin ellas?, ¿y hubiesen ellas llegado al cielo sin Rosa?

Las cuatro lloraron de alegría y bailaron de nuevo, ahora en el cielo.

Durante el tiempo que había pasado en ese lugar tan siniestro, Rosa pensaba que, ojalá, nadie tuviera que sufrir jamás algo similar. Ahora, sin embargo, desea que todos puedan pasar por lo mismo que ella vivió, para que todas esas personas se demuestren a ellas mismas que vale la pena quedarse.

Andrés Aparicio
Bachillerato


viernes, 31 de marzo de 2017

La última espada

La eterna caminante, envuelta en la umbra, vagaba. Hiciera frío o calor, por desiertos o montañas, por los mares y por los cielos. Siempre en silencio caminaba, corría, nadaba... Con frecuencia se daba un paseo por el vacío, visitaba lejanas galaxias o cosechaba algunos soles. Normalmente iba en solitario, solo en extrañas ocasiones, cierto dios del caos con demasiados nombres para recordarlos todos, la acompañaba.

Y así, desde el inicio de los tiempos, vagó. Pasaron segundos, minutos, horas, días, años, épocas y eones. No existía confín del universo que no hubiera visitado por lo menos un billón de veces. Contempló civilizaciones surgir. Y por supuesto, también perecer.

En algún momento durante su largo viaje reposó en un planeta desolado. Aunque una vez floreció con esplendor, hacía ya mucho tiempo que ese planeta había perdido la capacidad de albergar vida. Sin los recursos y condiciones necesarias, solo algunas extrañas y ruinosas estructuras y unas gigantescas, semienterradas y colosales figuras humanoides, hechas de algún raro y extraño metal, que podían verse de vez en cuando dispersadas sobre la corteza terrestre, hablaban de los vestigios de un glorioso pasado. Pero el pasado es el pasado y el presente es, en efecto, el presente.

La razón por la que se detuvo eran muchas, y a la vez ninguna en particular. Era solo que vislumbró una solitaria espada, tan gigantesca como las ya antes mencionadas figuras, y lejanos recuerdos acudieron a su memoria. Sin embargo los recuerdos en realidad no importaban, solo un capricho era la razón verdadera para su pausa.

Entonces, durante un largo, largo tiempo, contempló la espada. Con el paso de innumerables soles por el firmamento, la espada, forjada con algún material extraordinario pensado para perdurar, empezó a presentar cada vez más motas de óxido sobre la superficie de su hoja. En ocasiones el viento incandescente que asolaba la desértica superficie del planeta la sumergía completamente en arena, y con el paso de aún más soles, el mismo viento volvería a descubrir su anciano filo oxidado.

Observó la espada hasta el día en el que se convirtió en polvo, después, miró hacia el cielo y volvió a desvanecerse en los confines del espacio. Como acostumbraba a hacer, sin verdadero propósito o rumbo alguno, otra vez continuó vagando.

Ella era solitaria, triste, y en cierto sentido más hermosa de lo que uno pudiera imaginar. Era la amante más cruel, pero al final era la única en la que de verdad se podía confiar, pues, algún día y con absoluta certeza, iría a buscarte. Ella te trataría con justicia y con equidad.

La muerte vagó por el vacío, portando una corona de estrellas apagadas y dejando una estela de mundos olvidados. Esperando eternamente el día en el que este universo llegue a su fin y así, por fin, la propia muerte pueda morir.

Fernando García Caraballo
Grado Superior


viernes, 24 de marzo de 2017

Lo que pasa cuando no tienes plan un domingo por la tarde

No soy yo mucho de escribir sin ganas, pero me aburro y me va a caducar el Word así que… venga.

Intentaré escribir una historia, a ver qué tal:

Necesito un personaje.

Lo más fácil sería hacer al típico adolescente profundo, de esos con pensamientos complejos e intensitos, del tipo “¿qué es el mundo?” o “¿para qué sirvo?”. Siempre funcionan y al parecer reflejan la profundidad del autor (aunque para mí solo reflejan que el autor necesita pasta). La otra opción es crear una chica, pero por lo visto hay que hacerlas fuertes e independientes, y a mí esos personajes me dan flojera, así que me quedo con el chico.

Ahora necesito una situación previa y una posición de partida. Lo más sencillo y cómodo es hacer una que refuerce la complejidad del protagonista, algo así como que esté sentado melancólico en un lugar alto y al atardecer, que eso es muy de personaje profundo.

Y por supuesto está el mundo, pero vamos, con pintarlo de forma que parezca un latazo y decir que no entiende al protagonista, ya vale.

Bueno, más o menos lo tengo todo, ahora a escribir, a ver qué tal me queda.

El chico miraba taciturno el cielo que moría en el horizonte. A sus pies las personas se fundían con las cristaleras pintadas de colores pastel. Siempre le gustaba sentarse ahí a solas con sus pensamientos, como si una fuerza invisible le impulsara a quedarse en aquella zona y le obligase a contemplar aquella vista. Se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar que esa era la única situación en la que se sentía unido a aquel mundo que no se dignaba a entenderlo y valorar…

Mira, como siga así mucho más me va a hacer falta un lavado de estómago.

Me voy a preparar un bocata.

Alfonso Pizarro
Estudiante de Filología Hispánica





viernes, 10 de marzo de 2017

Sobre las humanidades y cómo éstas nos elevan hasta las mansiones celestiales del Olimpo

Escribiendo como orgulloso estudiante de humanidades me complace comunicar a los integrantes del vulgo profano que sus pensamientos, razones y objetos (como fin) de vida son algo deleznable e inferior a la verdadera naturaleza y condición humana. Pero en mi filantrópica compasión, y es aquí donde me enorgullezco de mí mismo, he decidido (tal y como hiciera Prometeo en nuestros primitivos orígenes) descender de mi celestial morada a llevaros el fuego; que esta vez será representado por la luz que os aportará el conocimiento que promulgo y propugno. Mas no queriendo estimar en demasía a mi persona, pero necesitando aclararlo (tal vez más conmigo mismo que con vosotros, pues no entenderíais mi dilema, animales salvajes disfrazados de hombres) añado que no voy a vosotros movido por mandato divino, sino por un estadio superior de empatía, abnegación. Por supuesto no podría abandonar mi cordura para rebajarme a vuestro nivel de bestias, como no podría una deidad dejar de ser divina.

Vuelvo al tema que me ha conmovido, y aquí entráis vosotros. Paseando por el celestial Olimpo os vi, os vi como puercos entre el estiércol y lo que en mí provocaba náuseas en vosotros hacía nacer un casi obsceno placer, el placer de que siendo (aunque dudo que sabiéndoos) humanos, vivíais como animales revolcándoos entre las inmundicias de la incultura. En la mayor parte de casos esto es tan sólo una metáfora, ilustrativo es que no lo fuera en todos.

¡Oh triste historia!, condenada a sufrir la animalización del hombre, condenada a ver al patético ser que antaño forjase laudables glorias.

Vosotros vivís en casas de piedra y altas torres de cristal, pero hombres mortales sois y como tales destinados estáis a morir, pero se os ha olvidado cómo ser hombres, se os ha olvidado que podéis vivir vidas dignas, gloriosas y magnánimas; dignas de ser bordadas con hilo de oro en el tapiz de las Parcas como hitos. Podríais acometer gloriosas empresas por las que los mismos dioses se arrodillarían, tal como la mía, que viviendo bajo las estrellas, alejado del mundanal ruido, me he impuesto la misión de daros la llave, el dominio de vuestra vida.

¡Yo soy el heraldo de la humanidad perdida!, cantad musas mi valor, pues aunque inerme me encuentro, ningún peligro me acecha y a nada temo, porque todas las armas de las que preciso se hallan en mi amor, mi amor por la humanidad a la que os empeñáis en vilipendiar. Yo he venido a enseñaros, escuchadme entonces poderosos y débiles, escuchad oprimidos, escuchad opresores, escuchad individuos todos; no hallaréis verdad alguna en el futuro, no en la mundana ciencia, no en el efímero progreso técnico.

La verdad será hallada en el pasado, gozoso tiempo en el que los hombres gozaban de humanidad; volved vuestros impíos ojos a las enseñanzas clásicas del pasado.

Francisco Rodríguez Das Neves
Bachillerato



martes, 24 de enero de 2017

Por ti lloré chinchetas que pisaron otros

Me miraste a la cara y me obligaste a vomitar mariposas de felicidad; me dejaste hueco en el invierno y vacío en el palacio interior que sirve de asidero para mi alma. Ya no pude levantarme de la caída del imperio de tu ropa en el umbral de noviembre. Arrodillaste tus manos en mi cuello, frente a tu templo dedicado a Lilith, y apretaste gritando te quiero hasta que mi cabeza se deshizo en forma de vendaval. Aquella tarde afilaste tu orgullo y me robaste el llanto. Por la noche mojé la almohada de lava. Y hoy me desvivo por llorar a fin de mes. Pero esta mañana, tras intentarlo observando el retrato de tu fragancia que escondí bajo mi ombligo, conseguí llorar chinchetas. Y las usé para colgar tu última mirada en el corcho de mis mejillas, para que Madrid te vea y se muera conmigo dentro; como un feto al filo de la hambruna.

No conseguí más que volver a vomitar, pero esta vez pétalos de nubes negras. Y el cielo enmudeció de lluvia y colmó de truenos al suelo infértil de ti. Ahora, la espada de Damocles cuelga sobre una rosa marchita sobre mi cabeza. Y tu recuerdo me tiene entre la tumba y la pared.

Qué pena que las calles estén sumergidas en chinchetas.

Aarón Toral
Bachillerato