miércoles, 16 de marzo de 2016

Corazones de piedra

Por qué no matar a ese padre, si él ya mató a esa madre en el altar al decirle “sí quiero” y después salir corriendo sin parar, sin mirar atrás y fijar sus ojos en un cuerpo andrajoso, demacrado, con su corazón en la mano a punto de enterrarle junto a aquel sauce de hojas en blanco. Al otro lado del árbol un niño llora su mala suerte. Sus párpados no pueden retener la avalancha de lágrimas que se desprende de su cumbre emocional. Otro corazón que sin más abre su pecho herido y se ahorca en las hojas del sauce, convirtiéndose en un dibujo, chorreando rojo y negro: sangre y dolor. Las gotas de sangre caen sobre la hierba haciendo brotar una rosa negra. En cada pétalo se reflejan imágenes de una infancia destruida, arañada por el marginamiento y los problemas. Ese niño se levanta, coge una piedra y se la introduce en el pecho, justo en la cavidad donde se hallaba su corazón agonizando. Se prometió a sí mismo que nunca jamás dejaría que nadie le rompiera su corazón, ahora incapaz de sentir y de amar. Todo por un insensible con un corazón de piedra.

Nacho Sanz
Bachillerato

sábado, 5 de marzo de 2016

Jack London, “La llamada de lo salvaje”

Traducción de Héctor Arnau, Nórdica, Madrid, 2016.

Se celebra este año el primer centenario de la muerte de Jack London (1876-1916), conocido sobre todo por sus novelas de aventuras. Durante su infancia en California apenas recibió educación, pero solventó sus carencias con frecuentes visitas a la biblioteca municipal. En su azarosa juventud recorrió los más remotos lugares del mundo impulsado siempre por su afán aventurero. Sin embargo, sus frecuentes problemas laborales le redujeron a la mendicidad y al presidio, donde trató con delincuentes y pordioseros y conoció de primera mano los ambientes más bajos de la sociedad americana.

Poco a poco, consiguió remontar su situación gracias a su fuerza de voluntad y en 1900 se situaba ya entre los escritores más afamados de Estados Unidos, fama que creció más todavía cuando en 1903 publicó La llamada de lo salvaje, novela que obtuvo una gran aceptación y para la que se inspiró en su propia biografía, pues London estuvo casi un año en las inhóspitas tierras de Yukón. Esta novela se ha convertido por méritos propios en un clásico de la literatura juvenil.

En ella, Jack London relata las vicisitudes de Buck, un perro californiano que se ve arrastrado desde el cálido y confortable sur hasta las peligrosas nieves de Alaska. Allí, Buck desarrollará sus capacidades y su instinto con el fin de sobrevivir en un entorno peligroso y hostil. A medida que avanza la narración, la actitud del perro torna desde el inconformismo y la desconfianza hacia el ambiente brutal y combativo que le rodea, hasta la adaptación completa en los ancestrales bosques de Alaska.

El principal logro del autor consiste en proporcionar al libro un ritmo. London consigue introducir la historia en apenas cuatro páginas, se desenvuelve como un verdadero experto en el desarrollo de la narración y cautiva a los lectores con un ambicioso final en el que otorga a su libro tintes de leyenda. El lenguaje rico y elaborado y las descripciones simples pero conseguidas dotan a La llamada de lo salvaje de una ligereza, eficacia y habilidad incomparables.

La obra es, al fin y al cabo, la historia de la transformación de Buck. En el perro se opera un poderoso cambio que transmite una contagiosa emoción. London presenta las primitivas fuerzas de la naturaleza con una belleza ideal y salvaje que acaba seduciendo al protagonista. Muchos han pretendido ver en el libro una feroz crítica a la vida urbana y a la costumbrista sociedad de su tiempo, aunque su lectura admite múltiples interpretaciones. Esta reciente edición cuenta con unas excelentes ilustraciones de Javier Olivares.

Julio Romano Cabello
Bachillerato


miércoles, 2 de marzo de 2016

Adolescencia

Qué insolente es mi deseo de alimentarme a besos.
Qué valientes son mis pasos. Pero qué cobardes, porque son para retroceder.
Qué impertinente es mi banda sonora que a cada instante cambia de canción.
Qué pedante es mi lenguaje romántico. Y qué vulgar cuando abro la boca.
Qué ignorante es mi inteligencia.
Qué insustanciales son mis intentos de hacerme entender.
Qué pesimista es mi mentalidad. Y qué positiva cuando me ilusiono en vano.
Qué adicta a equivocarse es mi forma de ser. Y qué contradictoria.
Qué incomprendido me siento.
Qué sucia es mi pureza.
Qué imprudentes mis hormonas.
Qué capciosas son las cuestiones que nadan en las lagunas de mi mente.
Qué revolucionario me creo en ocasiones y qué equivocado estoy.
Qué cobarde parezco al llorar lágrimas de dolor.
Qué importante aparento ser. Qué ridículo.
Qué pequeño soy en realidad.
Qué idiota es mi corazón que se enamora fácilmente de corazones imposibles. Que se tira del tren de la razón para caer en el campo del amor y finalmente romperse la boca con la discordia.
Hay tantas cosas que me indignan y aún no he mencionado.
Qué nefasta es esta edad. Pero qué hermosa.
Qué importante. ¿La estás viendo? Una vez que decida marchar no volverá. Quedará en el anhelo.
Una edad de emociones y vivencias. Llena de colisiones mentales, de preguntas.
Qué increíble me parece. Qué imprescindible. Qué vital.
Si por mí fuera me quedaría aquí estancado y así poder romperme el corazón, luchar contra mí mismo, pasear por cientos de labios, viajar por mil miradas y equivocarme infinitas veces para siempre.

Aarón Toral
Bachillerato