miércoles, 24 de febrero de 2016

Una flecha, una vida

Inspiro, siento el aire frío llenando mis pulmones, contengo la exhalación. Giro mi cabeza hasta mirar fijamente la diana. Desciendo mi mano hasta el carcaj, noto las plumas flexibles entre mis dedos, insensibles por el descenso de temperatura.

Deslizo con cuidado la flecha al exterior de su refugio, la coloco en el reposaflechas y siento la vibración de la cuerda contestando.

Expiro e inspiro, el aire frío araña mi garganta insensibilizándola. Levanto lentamente el arco, sé que el cronómetro corre, no importa, nadie importa, todo enmudece, ya no oigo a las personas, no oigo el viento. Sólo escucho mis latidos, como una música de fondo amenizando una velada.

Ya no importa el sitio, el momento o el porqué; sólo importa ese baile que crea el compás binario de mi corazón, mi arco y yo. Estiro suavemente el brazo, un paso, coloco el hombro, otro paso, relajo mis dedos, estamos in crescendo; tenso hasta notar la áspera cuerda posarse en mi barbilla. Llegamos al éxtasis de la danza, no sé con certeza si escucho o siento la vibración, la señal, es el momento y mis dedos se deslizan por la cuerda hasta quedar suspendidos sobre mi hombro.

La cuerda deja que la flecha fluya cortando el aire. Vislumbro cómo las plumas se alejan, lentamente, hasta al final desaparecer.

Mi brazo cae, llevando consigo el arco, noto la suavidad de la empuñadura acariciando a mi mano. Ésta responde y en ese instante escucho, percibo como la flecha se clava con cuidado, como si fuera otra caricia, en el parapeto.

La danza acaba, exhalo el aire, mis oídos vuelven a captar sonidos, mi olfato advierte un suave olor a césped húmedo y finalmente vuelvo al mundo real. Apenas han pasado diez segundos, pero para mí ha sido todo un baile, toda una vida.

Fran Rodríguez Das Neves
1º Bachillerato