sábado, 26 de noviembre de 2016

¿Para qué sirven las humanidades?

¿Nunca te han preguntado qué salidas tienen las humanidades?

Algunas personas ven las humanidades como algo que puede servirte para tu carácter personal, pero para poco más. Es decir, es algo que te va a ser poco útil para encontrar trabajo.

Y esto es así y es innegable: hay estudiantes de ciencias que creen que tendrán un futuro mejor sólo por estudiar ingenierías o similar. Gracias a Dios no todos piensan de esta manera, de hecho, hay un montón de personas que estudian ciencias porque les gusta y quieren dedicarse al campo que están estudiando para vivir de ello en el futuro, porque es su pasión.

Mi opinión personal es que no creo que existan carreras con salidas. Sin embargo, sí creo en las personas con salidas. Si tienes potencial y habilidad o simplemente interés y ganas en trabajar en algo, estoy seguro de que tendrás tu sitio en donde quieras estar.

Ahora ¿por qué estudiar humanidades?

Su nombre lo dice: para estudiar al ser humano. No son conocimientos generales, sino que va más allá. Las personas que estudian humanidades se preocupan por el hombre, sus valores, sus obras y todo lo que le constituye (pasando por su historia, su cultura, sus ideas, etc.). No sólo me parece interesante todo esto, sino, además, útil. Cada vez más empresas contratan a orientadores, por ejemplo.

Hay una gran lista de trabajos a los que te puedes dedicar tras estudiar humanidades, así que no creo que ese factor sea tan determinante como para echarte para atrás a la hora de elegir qué estudiar. Eso sí, al elegir tienes que tener claro cómo hacerlo: si con el corazón (pensando en lo que realmente te gusta) o supuestamente con la cabeza (pensando en los "beneficios" que te puede traer).

En definitiva, las humanidades están para todo aquel que se siente curioso por el hombre y decide estudiar todo lo que le ha rodeado y le rodea actualmente. Por supuesto, no puedo decir que son mejor que las ciencias, ya que estas aportan elementos esenciales a la sociedad, como la medicina. Pero veo más interesante, a nivel personal, las humanidades porque conociendo y admirando al hombre, te conoces y te admiras. Esto es para lo que sirven las humanidades.

Andrés Aparicio
Bachillerato


viernes, 18 de noviembre de 2016

Abandonado

Lo último que recuerdo es que la tripulación y yo estábamos en una misión de recogida de restos de suelo en Venus, cuando nuestros sensores meteorológicos de muñeca comenzaron a emitir un molesto y agudo pitido: se acercaba una tormenta eléctrica. Aunque la recogida no había concluido, la Capitana de la misión nos obligó a regresar de nuevo a la Zeus 7, ya que no sabíamos si la base que teníamos en el planeta iba a aguantar la potencia del temporal. Aunque algunos miembros de la tripulación y yo nos opusimos, había que terminar la misión; pero lo que de verdad importaba no era la misión, sino nosotros mismos.

La tormenta llegó antes de lo esperado y nos alcanzó antes de haber podido recoger todos los instrumentos que estábamos utilizando para la extracción del suelo. Cuando ya estaba justo sobre nosotros, la tormenta comenzó a levantar toda la arena del lugar haciendo la visibilidad totalmente nula y lanzando todo nuestro equipo peligrosamente hacia donde nos encontrábamos. A punto de llegar a la nave, uno de los instrumentos me golpeó en una de las piernas lanzándome a gran distancia, dejando mi cuerpo totalmente inmóvil y haciendo imposible que mi equipo me recogiera. Entonces la Capitana decidió dejarme atrás para poder salvar al resto de la tripulación.

Cuando me desperté, estaba medio enterrado en la arena y noté cómo un agudo pitido sonaba en el interior de mi casco: me estaba quedando sin oxígeno. La cabeza me daba vueltas, el sonido de mi respiración retumbaba dentro de mi casco como cuando estás debajo del agua, hueco y distante. No sabía con seguridad cuánto llevaba tumbado en aquel árido paraje. Deseaba quedarme allí quieto hasta que supiese exactamente lo que había pasado… pero no podía. Al intentar levantarme algo tiró de mi pierna causando un dolor muy intenso.  Tenía un alambre clavado en el muslo que debía que sacar si quería llegar a la base. Tiré con fuerza y logré sacarlo de mí. Al llegar, he tenido que coser mi herida, pero quizá no ha servido de mucho, ya que hasta que pueda contactar con La Tierra y consigan mandar una misión tripulada de rescate pasará, al menos, un lustro, y sin embargo aquí estoy, confinado en el interior de un hábitat pensado para unas semanas.

Alejandro García Millán
Bachillerato


sábado, 12 de noviembre de 2016

Escritos de té

Plástico mojado. Cuando cae el agua de la fragua vulcanista veo el plástico mojado, inmune ante tales e insufribles temperaturas y con esa decoración tan "extravagante" propia de un recipiente comprado en un supermercado.

A la vez observo ese color raro que le dan todos aquellos trozos de vegetal, ahogándose por el bien de este sabor que ahora está dentro de mi boca y que en pocos minutos recorrerá mi cuerpo de arriba abajo como un tren Madrid-Segovia hace por entero su camino.

Este vaso de agua, un simple vaso de agua que te trae recuerdos con su vaho y su calor, que en sí lo ves innecesario, es lo que te hace falta en una sesión de Perkeo.

Un recipiente innecesario que te adentra en un mundo mejor y privilegiado, más rico, porque donde hay letras hay té y donde hay té es en este vaso.

Rafael Álamos
Bachillerato

Inexistente. Esa es la más acertada y completa descripción sobre mi vaso de té. Una palabra que lo dice todo. ¿Cómo describir algo que no existe? Si existiera habría muchas, pero muchas formas de describir cómo es. Podrían resaltarse sus cualidades, mencionar cómo el tenue vaho surge del agua caliente, cómo poco a poco, lentamente, se va tornando amarillento el antes translúcido color.

Luego, podría narrar la explosión de amargor en mi boca o el calor casi capaz de derretir mis papilas gustativas. Más adelante también podría comentar lo mal que suele sentarme a la larga; esa es la razón por la cual yo no tomo té.

Algo que con anterioridad no he hecho es preguntarme de qué sabor sería mi té. ¿Sería té verde? ¿Té negro? ¿O tal vez té de jazmín? Lo más probable es té verde, puesto que es el único que a día de hoy hay en Perkeo.

Bueno, en verdad no sé la razón para escribir tanto sobre todo esto, después de todo, mi té es inexistente.

Fernando García Caraballo
Grado Superior

No parece nada más que un vaso de plástico corriente…

Como todo vaso de plástico, tan sólo sirve para llenarlo unas cuantas veces de algo, en este caso de té. Tampoco puedes tener un vaso de plástico eternamente, tan solo puede servirte un par de veces.

Estos factores son los que diferencian estos vasos de los de cristal, que tienen muchísimo más valor.

Sale de él vapor, que queda además reflejado en el propio vaso. Contiene agua caliente y un saco de té verde, de ahí que el agua adopte ese color (el verde).

Es de tamaño medio en cuanto a altura y grosor y, en definitiva, ya que presenta todas las características que tienen vasos corrientes, puedo decir que es eso: un vaso corriente.

Andrés Aparicio
Bachillerato

Nunca me percaté de sus ojos verdes como esmeraldas. Quizá porque estuve cegado por la luz que desliga su cilíndrico contorno. (Me encantó arropar con mis manos ese vestido traslúcido que cubría su tan húmeda piel).

Su cabello era el humo más abrasador y aromatizante que jamás sentí. Y ¿sus labios? Perfectos. Tan redondos y finos que sentía un hambre voraz de tan solo pensar en besarlos.

Se componía de agua en un setenta por ciento; quizá por eso tuve ganas de beberme hasta la última gota de su sed, de su ser, de su más pura esencia.

Qué pena que se tornaran amarillos sus ojos. Amarillo víbora. Víbora porque al beberme de un trago su naturaleza me envenenó el alma y tuve que suicidarme en este texto.

Sí, el té me sienta fatal.

Aarón Toral
Bachillerato


jueves, 27 de octubre de 2016

No sabemos nada

A lo largo de su existencia, el ser humano ha adquirido unos conocimientos que ha usado para mejorar su calidad de vida, desde la máquina de vapor hasta el móvil más moderno. Todo lo que el hombre ha creado lo ha hecho para mejorar su existencia. La escritura ha sido el medio empleado para guardar y transmitir los conocimientos a generaciones posteriores. Pues bien, nosotros somos esas generaciones posteriores y no sabemos nada. Todo el saber que se supone debemos conocer, nos es desconocido: ¿sabes acaso cómo funciona un ascensor?, ¿has leído la Eneida de Virgilio?...

¿Es malo no saber las respuestas a estas preguntas?, ¿es necesario saber todo esto? No tienes por qué conocer la respuesta a todo. El problema viene cuando la gente piensa que ahora el conocimiento es más accesible que nunca gracias a Internet, y que es más fácil informarse gracias a los medios de comunicación. Es precisamente aquí donde está el problema.

En primer lugar, páginas web como Wikipedia o Yahoo no son lugares donde realmente resida el conocimiento. El verdadero conocimiento reside en los libros, en investigar. Cuando tú buscas “Eneida” en Wikipedia te aparece lo siguiente: “Es una epopeya latina escrita por Virgilio en el siglo I a. C. por encargo del emperador Augusto con el fin de glorificar el imperio atribuyéndole un origen mítico”, y resume cada uno de sus libros en seis párrafos, cuando, en realidad, la Eneida es muchísimo más.

Luego, hay quien dice que los medios de comunicación son una maravilla porque te informan de todo, cuando en verdad lo que hacen es resumir en cinco minutos cuestiones políticas mucho más complicadas que “Ciudadanos y el Partido Popular llegan a un acuerdo”, o temas como “Cataluña se quiere independizar de España”. Así es incluso normal que la gente piense que X político gobierna como un patán, cuando en realidad la mayoría de nosotros no tenemos ni idea de lo difícil que es dirigir un país. O los que insultan a Cataluña por querer independizarse, cuando la mayoría de ellos no conocen el punto de vista de Cataluña como una provincia que ha dado muchos beneficios a España y a la que siempre se ha mirado “por encima del hombro”.

Ese es el gran problema de no saber nada, que muchas veces hablamos sin conocer el tema al que nos referimos. Si tú de la máquina de vapor solo tienes conocimientos de Wikipedia, no tienes idea del tema que tratas; si lo único que sabes del funcionamiento de la política es lo que ves en el telediario, no conoces de política tanto como crees.

“Es mejor permanecer callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente” (Groucho Marx).

Juan Mateos
Bachillerato



viernes, 7 de octubre de 2016

Una noche en el puerto

Era de noche en el puerto que solo de día visitaba. Las líneas infinitas del mar rozaban el largo horizonte cubierto de nubes, anunciaban una puesta de sol llena de naranja y azul combatiendo por el cielo. Notaba la brisa que llegaba por todos los lados; los pliegues de su ropa iban formando en él la voluntad del viento.

El agua, pensaba él, le podía llegar un poco más arriba de la cabeza. Lo que Daniel le contó en el bus le empujaba a preguntarse por los misterios que habría bajo el mar. Pero aquella conversación fue hace tres meses. Ahora, después de aquel profundo diálogo, iba a despertar algo que no conocía. El rechinar de la madera húmeda, el olor salino y el viento cruel estaban en contra y no hacían sino atrasar y acumular en su imaginación el miedo.

Había dejado aparcado el coche a unos kilómetros porque la arena lo arropaba todo desde muy lejos. El muelle en el que estaba era largo y los años los mostraba en las tablas rotas. Los pilares que venían de lo profundo estaban carcomidos por las almejas y crustáceos. Las viejas cuerdas de botes que ya no estaban, hacían que pareciera un muelle de alguna batalla. La luna ya había llegado sin haberse dado cuenta y, escondida en la neblina, hacía brotar la luz formando en el reflejo del mar una capa sombría. No había pasado más de una hora, la espera se hacía eterna y más aún cuando miraba sin parar el reloj.

Su mirada atravesaba el mar y en él se perdía; se dio media vuelta moviendo las tablas una por una hasta llegar a la arena que enterraba sus pies. Miraba los diminutos granos y se preguntaba por qué no había venido su mejor amigo. Dudaba si había llegado a la hora exacta o si incluso había quedado otro día, pero era imposible. Ansiaba que ese día llegara como ningún otro y allí estaba, cruzando los árboles ya clavados en tierra fértil y dejando atrás aquello que no conocía.

Lo último que quería era volver al pueblo y dejar todo eso en el fondo del mar. Sus pasos disminuían poco a poco y de vez en cuando volteaba la cabeza atrás en busca de algo. Al cabo de un tiempo llegó a un sendero y se dio cuenta de que el sonido del mar se quedaba lejos. En una de esas, tomando el tronco de un árbol para apoyarse y dar una zancada larga, vio una inscripción tallada en la corteza. Era un cincelado en la madera que representaba un nautilo atravesado por un tridente. Las betas en la madera cortada estaban regeneradas por el tiempo. Sin duda alguna, era un grabado que nunca había visto. Ahora, su mirada giró por completo hacia lo profundo del tupido bosque. Sus ojos tan rápidos como sus piernas buscaban entre los espacios de árboles y árboles señales del puerto.

Estaba paralizado por completo e invadido por un miedo abismal, sus ojos temblaban. Su mano derecha cerró su puño y, apretándolo, ciñó su rostro de perdición. Unos abstractos cuerpos al final del muelle cubiertos por una neblina equilibraban el oleaje y no mostraban simpatía alguna. De aquella quietud una efervescencia se mostraba a un lado del muelle. Sin ningún tipo de respuesta conocida, Tom vio cómo un cuerpo emergía del agua. Estaba siendo controlado por aquella forma siniestra que se le acercaba.

Un grito rompió el aire bañado de miedo y Tom, centrando la vista en el cuerpo que identificó como humano, respondió:

-¿Quién eres? ¡Qué es todo esto!

Mientras esperaba una respuesta, escuchó la nítida voz de Daniel suplicando misericordia. No halló consuelo para poder pensar en todo lo que estaba ocurriendo. Y ahora el inhumano cuerpo estrangulaba el cuello de su amigo escapando de su dañada garganta una súplica de ayuda. Tom tomó carrera y sorteando a formas en la niebla abrazó a su amigo en el aire y cayendo ambos en el mar entraban en la misma trampa de la que Daniel acababa de salir.

Su cuerpo, pálido por los momentos de extrema tensión, fue cobrando vida y, cuando logró tomar conciencia, vio lo que los tenía atrapados. En el momento en el que se zambulló y salvó a su amigo, se desmayó, pero no entendía qué lo sacó del agua o dónde se encontraba. Cuando se fijó en la estructura en la que se hallaba, el vértigo atacó a sus sentidos y no cabía ningún tipo de razonamiento. Era una gigantesca bóveda de vidrio sumergida en las entrañas del océano. Una civilización abordaba la superficie submarina y -no importaba desde dónde la miraras- parecía no tener fin.

De pronto, uno de ellos se le acerca y dándole un golpe lo desmaya.

-No deben saber de nuestra existencia -replicó una de las criaturas marinas. Y así, mirando cómo el humano suspiraba profundamente, le borraron la memoria y lo devolvieron a la superficie. Al siguiente día, Tom y Daniel se levantaron y comenzaron sus días como cualquier otro. Como si no hubiese ocurrido nada.

Fernando Guédez
Bachillerato


viernes, 3 de junio de 2016

Camino perdido

El crepitar de las chispas al saltar de la hoguera iluminaba las siniestras hojas grisáceas de los marchitos árboles. Una ligera y tenue neblina inundaba el bosque. El aullido de un solitario lobo reverberó en la lejanía durante unos segundos hasta que cesó de forma repentina. Un viento gélido acarició las copas de los árboles, meciéndolas suavemente. Para cualquier viajero común sería una inusual noche tranquila.

Sin embargo, para la extraña figura que se hallaba tumbada cerca de la fogata, no lo era. ¿Cómo iba a ser inusual si él se ubicaba en medio de un bosque maldito? En este bosque todas las noches eran igual de silenciosas. Hasta los escasos grillos y otros pequeños insectos tenían miedo, y era probable que el lobo de hace poco ya estuviera muerto.

Esa figura poseía forma humana y medía algo más de un metro y medio. Iba completamente cubierto con ropajes negros y ni una sola pulgada de piel era visible en él, haciendo imposible el determinar su edad, raza o sexo. Entre su túnica solo se podía vislumbrar un par de misteriosos ojos que desprendían un aura arcaica y parecían resplandecer con fulgor comparable a supernovas.

Durante bastante tiempo, la misteriosa y oscura persona continuó observando el firmamento. Era un cielo macabro, en el que no había nubes, luna o estrellas. Un cielo muerto para un mundo muerto.

De forma repentina, él se incorporó y destrozó el silencio.

-Un viaje comienza con el primer paso. ¿De qué tenéis miedo? –dijo tranquilamente con un tono de voz que hacía imposible el discernir su verdadera identidad.

Sus palabras no parecían tener un objetivo específico y, sin embargo, en el momento en el que se pronunciaron, algo cambió en el cielo y en la tierra. Como en un dique roto, el tiempo estancado pareció volver a fluir.

Las estrellas surgieron, haciendo el cielo más brillante. Por el contrario, la tenue neblina se intensificó, devorando el bosque y sumiendo la tierra en la oscuridad. Un número casi incontable de seres espectrales de diferentes formas y tamaños, cuyos ojos ardían en fatuas flamas de un frío azul celeste, surgieron con lentitud de entre el miasma y se detuvieron a observar a ese ser oscuro ajeno a su dominio ¿¡Quién o qué se había atrevido a romper su silencio!?

Después de todo, el verdadero silencio solo pertenecía a los muertos.

El hombre oscuro, indiferente, esperó un poco y continuó hablando.

-Tenéis miedo. Todos tenéis miedo. Teméis iniciar vuestro viaje, teméis ir al más allá -comentó con la misma calma que antes-. Os daré una oportunidad, por vuestra propia voluntad abandonaréis este mundo al cual ya no pertenecéis. Si no lo hacéis, me veré forzado a expulsaros.

En el momento en que cesó de hablar, la legión espectral se abalanzó furiosamente sobre él con la clara intención de descuartizarle y alimentar al horroroso bosque con su sangre.

-Triste elección.

Tras pronunciar estas palabras, su aura de serenidad se transformó en una de arrogancia y salvajismo. El mundo a su alrededor pareció volverse rojo y el hedor nauseabundo de un antiguo campo de batalla era incluso palpable. Al notar el cambio trascendental, los espectros, aterrados y con expresiones de horror en sus fantasmagóricos rostros, trataron de huir.

Pero para ellos ya era demasiado tarde.

El hombre oscuro extendió su brazo derecho y una fuerza de succión extraordinaria surgió de él. Los fantasmas no pudieron hacer nada para evitarlo y, a una velocidad sorprendente, fueron condensados en una horrible esfera oscura en la palma de su mano. Gritos y lamentos eran escuchables provenientes de ella.

Entonces, con la mano izquierda formó un cuchillo y, con un movimiento casual y sin aparente fuerza en él, abrió en el aire una grieta resplandeciente de varios metros de longitud que se cerraba lentamente.

-Esta ha sido vuestra elección -el tono anteriormente en calma, ahora había adoptado unos ligeros matices de burla-. Orad por no volvernos a encontrar, la próxima vez no seré tan suave.

Tras decir estas palabras, arrojó la esfera espectral dentro de la grieta. Segundos después, el aura sanguinaria se desvaneció y el mundo recobró su color original. La grieta en el aire desapareció y el silencio finalmente retornó al ahora no tan siniestro bosque.

Con una serenidad arcana, el hombre oscuro dirigió sus brillantes ojos hacia el lugar en el firmamento en el que, por primera vez en mucho tiempo, el sol empezó a surgir.

-Ah, parece que ya es hora de continuar con mi viaje.

Y entonces, como una sombra sin forma, se desvaneció en el aire.

Fernando García Caraballo
Ciclos Formativos Grado Medio


sábado, 28 de mayo de 2016

Jonás

Bajo los astros del cielo Jonás se planteaba centenares de preguntas. Una a una escogía cuidadosamente sus dudas, las trataba con cariño, las fundía al fuego y derretía con ellas las turbias nieves urbanas. Las moldeaba conforme a su parecer y siempre conseguía recrearse en el proceso con una admiración patética y maníaca. Le fascinaba el susurro con el que las preguntas abrasaban su mente y los helados tembleques que recorrían su cuerpo al encontrar las respuestas, porque Jonás siempre hallaba una respuesta para todo.

Una noche deliciosa, tibia y estrellada, una repentina ráfaga abatió a Jonás. Una maliciosa chispa relampagueó por un instante en su interior. Y de pronto, Jonás se vio poseído por una Pregunta incontestable. Durante días la correosa Pregunta envenenó sus pensamientos, su espíritu y sus acciones, y relegó a Jonás al sopor y al sueño, agotando todos sus recursos. Moribundo, el héroe derrotado decidió emprender un viaje del que jamás retornaría. Se prometió a sí mismo no regresar hasta dar con la Respuesta maldita. Fatigó los eternos desiertos donde el fuego y la sed bailan danzas mortales. Conversó con los primitivos monstruos de los bosques y no sucumbió al fastuoso encanto de las sirenas en los mares del sur. Atravesó los desolados páramos y trató con las monstruosas criaturas que anidan en las entrañas de la tierra. Hasta tres veces desgarró los calmosos pastos en busca de la Respuesta, y otras cinco más aspiró los fatídicos hedores que impregnan las ciénagas. Apagó las llamas del averno con sus suspiros y apuró los mil días que le brindaba la vida. Dios le concedió una prórroga santamente admirado por su persistencia. Sorteó numerosos peligros y suscitó la ira de los envidiosos mortales. En un acto de osadía extrema, Jonás hurgó en los sagrados santuarios de las tribus salvajes, esas mismas que desconocen el sinuoso camino de la historia e ignoran la ley ancestral que protege la carne del prójimo de su semejante. Siguió el rastro espacial de los últimos hombres y encaró el fin de todo lo humano.

Al fin, bebió locura y muerte en los verdes océanos de Marte. Y cuando vislumbraba ya la dulce entrada del Hades, intuyó con toda su fuerza la eterna Respuesta a la Pregunta.

Julio Romano Cabello
Bachillerato


miércoles, 11 de mayo de 2016

Hoy te soñé

Simplemente no lo podía creer. El tiempo y hasta el espacio no parecían reales. Me cuestionaba hasta mi propia existencia. ¿Realmente podía estar pasando esto? Dudé incluso de Descartes, que en ese momento se hallaba en una fría habitación de mi memoria... La circunstancia, los sonidos y las sensaciones eran las mismas. Podría estar pasando, me dije. Traté de olvidarlo, es demasiado absurdo y tal vez por eso, más razonable y lógico.

Trato de salir una vez más de ese monólogo interno, muy interno y ruego a mi imaginación que no se ponga como el león en una jaula de circo barato. Vuelvo la mirada recobrando el foco y con la imaginación atada a mi mano, veo tus ojos, tu sonrisa, tu boca y sé que todo aquello era solo yo, con mis penurias, mis penas en bálsamo de miedo. Que mi presente lo paso junto a ti cada segundo, que cada hora se derrocha de una manera diferente si te veo.

Siento calor de forma inconsciente, humedad, y alcanzo a sofocarme. Noto suaves telas alrededor de mi cuerpo, de ahí este inmenso calor. Pocos destellos de luz traspasan esa débil tela de piel que cierran mis ojos y si mi cerebro aún funciona, sé que es de día. Tengo recuerdos de alguien, lugares, palabras...

Al abrir los ojos, no muy inmediatamente, diviso la normalidad, el equilibrio y el cantar de las aves. Si no me equivoco, soñé con ella. Otra vez, de nuevo, sueño con un futuro, o hasta un presente no muy lejano junto a ella. Tratando de recobrar cronológicamente esos sucesos, casi indescriptibles, surge de mí un vacío.

Son las siete de la mañana y tengo colegio a las nueve. Hoy te veré de nuevo y sabrás que hoy te soñé. Te soñé y volverá a pasar de nuevo. Como ya he escrito tantas veces antes, dejaré el amor para otro día, te dejaré para otro día.

Fernando Guédez
Bachillerato


martes, 26 de abril de 2016

Jaque

¿Hasta cuándo seguiremos quietos? Hay nerviosismo en las filas. El alfil me golpea obligándome a mirar adelante. A cinco casillas se encuentra un igual; la misma altura, el mismo armamento, la misma subordinación resignada a la mitra que asoma por encima de su cabeza. Sólo una diferencia nos separa: el bando. Y por haber nacido de una manera u otra, sin posibilidad de elegir, estamos condenados a enfrentarnos, no por nuestros ideales sino al servicio de un rey al que ni siquiera podemos ver.

Nadie se mueve, la tensión es palpable. De pronto mi compañero de la izquierda avanza dos casillas, desatando el caos. Todo comienza a moverse. Un caballo se coloca delante de mí pisándome. Odio a los caballos, creen que por poder saltar están equiparados a la nobleza e intentan mirar entre las almenas de las torres.

La partida progresa, pero los peones no sabemos de qué manera. Recibo la orden de movimiento y adquiero perspectiva. El panorama es devastador. Los restos de un alfil cubren las casillas centrales. Ataco a un peón enemigo y su sangre rocía mi rostro cegándome durante unos segundos. Sé que la muerte está cerca, pero no ocurre nada. Deben haberme cubierto la retaguardia o quizá el enemigo considere que no represento una amenaza. No tengo manera de saberlo. Cada turno que pasa merma el número de tropas.

Vuelvo a avanzar y distingo entre el polvo una cruz negra. Me maravillo ante la altura y el aspecto regio del rey enemigo. Contra esa pieza poco podemos hacer. O tal vez nuestro rey sea igual. No lo sé. Me paro a pensar en la injusticia de luchar en primera fila, pudiendo solo avanzar adelante y no saber siquiera por quién lucho.

Mis pensamientos se materializan en las palabras de otro peón enemigo, que puesto delante de mí, produce un bloqueo de ambos. Me habla de paz y felicidad, de negarse a seguir luchando, de oponerse a la cruel autoridad. Casi empiezo a creerle, a estar dispuesto a seguirle, cuando se ahoga con una lanza clavada en la parte baja de su cuello. Una torre da fin a la conversación y al bloqueo. Cuando se retira, avanzo una casilla sobre el cadáver del peón negro. Y entre el olor de la sangre, sudor y vísceras percibo algo más. Una columna abierta deja avistar el fondo del campo de batalla a solo tres casillas. Se desvanecen los deseos de paz, el sentimiento revolucionario; si llego ascenderé de categoría social.

Una casilla. Y otra. Puedo verme vestido con los ropajes del alfil, o incluso coronado por las almenas de la torre.

Un grito, quizás de aviso, se pierde entre el fragor. Avanzo y respiro aliviado; estoy salvado. Unos leves pasos y el sonido de los pliegues de un vestido de seda me llaman la atención. Una bella dama aparece a mi izquierda. Me sonríe. Le intento devolver la sonrisa pero apenas llego a esbozar una mueca. No siento. No respiro. Muero.

Marcos Rouces
Bachillerato



miércoles, 20 de abril de 2016

Sala de espera

Yo bajo la visera de mi gorra para evitar que me mire fijamente a los ojos y poder observarla sentada, nívea, con las zapatillas desgastadas (no más que las mías), con el abrigo verde sobre el regazo y peinándose el cabello castaño con la mano.

Cruza las piernas y suspira fuerte. Lleva puestos unos leggins negros y una sudadera grisácea muy fina. Intenta escuchar música del Smartphone, al mismo tiempo que escribe algún mensaje. Cuando lo hace, aprovecho para mirarle la cara. La tiene redonda con, probablemente, un quilo de maquillaje y los ojos perdidos en la pantalla de su móvil.

De vez en cuando me mira. Tiene, en el rostro, un gesto de incomodidad permanente. Y a veces sonríe al leer un whatsapp. Quizás tenga esa expresión por estar sentada en la sala de espera para entrar a urgencias del ambulatorio Federica Montseny. Cuando yo llegué, ella ya estaba aquí, a lo mejor está agobiada y harta de esperar. ¿Quién sabe?

Mmm. Tengo hambre. Hoy no me ha dado tiempo a comer. A ver si esto avanza rápido. Aunque no creo, tratándose de sanidad pública…

De pronto, me sorprende un impetuoso brinco que ella da para despegarse del asiento e irse a responder una llamada que ha sido tan sonora que lo han escuchado hasta los de la planta de arriba. Escucho su voz. Es más grave de lo que me imaginaba. Usa frases cortas y concisas. Pero cuando puede, aprovecha para dar muchas explicaciones con abundancia de expresiones típicas de barrio, acompañadas de alaridos y algún insulto.

Uf. Casi me pilla. ¿Sabrá que llevo quince minutos escribiendo sobre ella? Seguro que no. En verdad, me siento un poco espía o algo peor, incluso. Pero no. Sólo observo, soy muy observador. Y veo que vuelve y se sienta en el sitio de antes.

Hace un rato se ha ido una pareja de ancianos que estaba a mi derecha. Creo que la mujer se había hecho daño en la cara. Se la veía triste. Pero su marido no paraba de hacer bromas para sacarle una sonrisa.

Ups. Me ha vuelto a mirar. ¿A mí o al enfermero que está a mis espaldas? Habla muy alto.

Acaba de asomar una oreja entre su pelo. Je je. Me recuerda a las orejas de los elfos.

Se va moviendo cada vez más del sitio. Se está incomodando. Yo también lo estoy pero prefiero mantenerme quieto. Tiene un pequeño aro como pendiente en el lóbulo izquierdo. Apoya la cabeza sobre una mano y se inclina hacia delante. Está aburrida. Con la otra mano hace un ritmo de tambor muy corto. Buscaba distraerse.

Acto seguido, se abre la puerta de la doctora Carmina Jiménez (la que va a atender a todos los que estamos aquí esperando) y ella se levanta y entra. Es su turno. Ya sólo queda por entrar una anciana antes que yo.

Ahora que lo pienso, he estado observando detenidamente el comportamiento de una choni en un lugar tranquilo y serio. Claro, son dignas de estudio.

Muy bien, ahora me suenan las tripas. Llevo una hora y media esperando. Y tengo hambre.

¡Vaya! Como se va una, llega otra y ocupa su lugar. Sí, otra choni. Bueno, esta viene acompañada. Donde caben dos caben tres. Éstas son más mayores. Se sientan a la vez y cruzando la pierna izquierda sobre la derecha. Se comportan de la misma manera. Tienen el pelo rizado y negro (las dos). Aquí huele a falta de personalidad.

Sale de la consulta la que antes ha entrado. Me guiña un ojo. ¿O soy yo quien se lo ha guiñado? Bueno, da igual. Lo que importa es que ya queda poco para entrar y luego irme a comer una hamburguesa.

Aarón Toral
Bachillerato


viernes, 8 de abril de 2016

Retrato de un músico

Por fin me llega el aroma del té negro con una nube de leche y con él, una taza con un líquido de color crema claro. Tiene el azúcar justo que saca todo el sabor de un buen té. Viene acompañado de aquellos buenos recuerdos de hogar, cuando miraba por la ventana el naranja que pintaba la gran ciudad. Bonita estampa que, sin faltar ningún detalle, ocupa una estancia de mi memoria.

Me devuelve a la realidad la entrada de una pareja en este pictórico bar, son los mismos que la semana pasada agradecieron al dueño del local el jazz que acostumbran a poner. Mientras ellos piden un par de cafés vuelvo a mi lectura. Y, tras un rato de aventuras tranquilas, de experiencias ajenas, de sensaciones e ideas que no me pertenecen, llega la hora de ir a trabajar.

Camino por sinuosas y estrechas calles llenas de tiendas pequeñas, cada cual con más personalidad, en las que se venden cuadernos, plumas, partituras, obras de arte, utensilios y elementos decorativos orientales… mientras que me cruzo con personas muy interesantes, o por lo menos eso sugiere su aspecto. Giro la esquina en la que se encuentra la última tienda de música de esta ruta bohemia y llego al bar Böhmen. Al entrar me saluda Marc, dueño del local:

-Llegas pronto, si quieres aprovecha para lucirte con el bajo.

Respondo con una sonrisa de complicidad, mientras saco el instrumento de su funda:

-Gracias, pero prefiero que la gente disfrute de buena música.

En cuanto estoy preparado, algunas voces cercanas se callan y, reacio a tocar lo de siempre, me pongo a probar las nuevas formas que he descubierto esta semana, para mí llenas de sentido, pero que necesitan ser traducidas para que el público pueda entender mi lenguaje. Después de unos breves momentos muy inspiradores y poco convencionales, llega el resto del grupo. Con unos saludos y una rápida preparación comienza nuestra expresión común en un lenguaje universal, la música. Junto con las composiciones que habíamos ensayado, se alternan algunas improvisaciones personales con las que cada uno se comunica mediante su instrumento musical. Son momentos atemporales que se acabarán con una indicación de Marc. Mientras tanto dejamos que cada espectador disfrute escuchando e interpretando todo eso que materialmente es un mero conjunto de sonidos.

Javier Ortín
Estudiante de Ingeniería Industrial




lunes, 4 de abril de 2016

Repito curso

Vuelvo a repetir curso. Ya es la tercera vez.

Tras pasar por la escuela de la calle, de la que aún me quedan asignaturas por recuperar, estoy en el instituto del amor juvenil y, por más golpes que me doy, no aprendo la lección.

Pero tendré que aprobar algún día para realizar el examen de acceso a la Felicidad y así poder entrar en la universidad del amor verdadero, y hacer la carrera de la vida con una base de personalidad.

Pero, por ahora, repito curso.

Aarón Toral
Bachillerato


viernes, 1 de abril de 2016

Crisis existencial

Si te paras a pensar, cinco días a la semana, cuatro semanas al mes, nueve meses al año, 36 años de tu vida; trabajando mediocremente, sin dignificar tu profesión, sin buscar la perfección. Todo ello para cotizar en la seguridad social.

No me quejo de la seguridad social, es un sistema realmente útil, no, me quejo de la sociedad occidental.

Basamos nuestras vidas en llegar hasta el próximo viernes a corta distancia, y en las vacaciones del próximo verano como fin vital último.

Dadas tales circunstancias, ¿nos sorprende descubrir que somos carcasas despojadas de humanidad? ¿Nos sorprende darnos cuenta de que vivimos vidas vanas y carentes de sentido? ¿Acaso hemos olvidado lo que significa ser hombres? ¿Acaso nos hemos convertido en piezas de una gran maquinaria llamada capitalismo? ¿Acaso sólo somos sangre que como la grasa que lubrica el cañón del fusil, engrasamos aquello que nos despoja de nuestra humanidad, aquello que nos mata?

¿Somos tuercas y tornillos fabricables en masa? ¿Somos el resultado de un gran estudio de mercado que conjeturó un gran aumento de la riqueza a cambio de vendernos? ¿Hemos cambiado nuestra humanidad por un plato de lentejas? ¿Por un puñado de dólares que no son más que papeles de colores?

Un jefe indio dijo: “hasta que el último búfalo de la pradera estuviera muerto, el último río envenenado y el último árbol talado, el hombre blanco no se daría cuenta de que el dinero ni se come, ni se bebe, ni se respira”.

Decía Quevedo “poderoso caballero es don Dinero”. Y sin duda lo es, pero porque nosotros le concedemos ese poder.

¿Ya no buscamos la verdad? Intentamos olvidarnos de las preguntas sobre el sentido de nuestra vida, pero siempre nos acompañan; y por eso hay exceso de psicólogos, porque ahora se han transformado en una especie de gurús a los que seguir ciegamente.

¿Y ustedes que, con sus entramados burocráticos y mentiras “piadosas”, nada hacen para cambiar este sistema que se alimenta de la ilusión de personas desilusionadas, no tienen alma?

Gracias por su llamada, el Ministerio de asuntos públicos y armonía social le atenderá en breve, no desconecte.

Fran Rodríguez Das Neves
Bachillerato




miércoles, 16 de marzo de 2016

Corazones de piedra

Por qué no matar a ese padre, si él ya mató a esa madre en el altar al decirle “sí quiero” y después salir corriendo sin parar, sin mirar atrás y fijar sus ojos en un cuerpo andrajoso, demacrado, con su corazón en la mano a punto de enterrarle junto a aquel sauce de hojas en blanco. Al otro lado del árbol un niño llora su mala suerte. Sus párpados no pueden retener la avalancha de lágrimas que se desprende de su cumbre emocional. Otro corazón que sin más abre su pecho herido y se ahorca en las hojas del sauce, convirtiéndose en un dibujo, chorreando rojo y negro: sangre y dolor. Las gotas de sangre caen sobre la hierba haciendo brotar una rosa negra. En cada pétalo se reflejan imágenes de una infancia destruida, arañada por el marginamiento y los problemas. Ese niño se levanta, coge una piedra y se la introduce en el pecho, justo en la cavidad donde se hallaba su corazón agonizando. Se prometió a sí mismo que nunca jamás dejaría que nadie le rompiera su corazón, ahora incapaz de sentir y de amar. Todo por un insensible con un corazón de piedra.

Nacho Sanz
Bachillerato