jueves, 24 de septiembre de 2015

La deshumanización del trabajo

El declive de la sociedad occidental se está desarrollando en paralelo a una fuerte crisis de valores. A menudo, vemos y oímos noticias relatándonos al detalle los problemas que asolan a Europa, y de forma especial, a España. Escuchamos en la radio cómo aumenta el número de parados, leemos en el periódico artículos desalentadores sobre la educación, y contemplamos tristemente en la TV cómo el país se desmiembra. En definitiva, nuestro mundo tal y como lo conocemos hoy está derrumbándose poco a poco. Además, existe una enfermedad que está corroyendo a la sociedad actual de forma especial, y que no cuenta con espacio alguno en los medios de comunicación. Esta enfermedad se conoce como la deshumanización del trabajo.

Permitidme que me explique mejor. Seguro que en vuestra oficina y en vuestro despacho, en vuestro taller y en vuestras aulas, pululan cientos de personas afectadas por la deshumanización del trabajo. Gentes que solo trabajan porque desean pagar las letras del coche, compañeros que laboran más de 8 horas diarias (en algo que no les gusta) para permitirse unas buenas vacaciones, o que hacen turnos de guardia con el objetivo de costearse una nueva piscina. Los occidentales ya no trabajamos para mejorar la sociedad en la que vivimos, ni para dignificarnos como personas, y esto es una de las bases sobre las que se sustenta la decadencia. El materialismo se ha adueñado de nuestras vidas y ha logrado que el empleo no sea ya una fuente de ilusión, sino una fuente de ingresos.  

La misma situación se ha trasladado de manera preocupante a los colegios. Los alumnos no estudian matemáticas porque amen a Pitágoras, sino porque las matemáticas les proporcionan sueldos más altos. Las universidades están plagadas de futuros médicos, abogados o ingenieros sin vocación. Estudiantes que jamás se deleitarán trabajando, por mucho dinero que ganen y por muchos lujos de los que disfruten.

Muchos se preguntarán cómo se puede solucionar la deshumanización del trabajo. La solución radica, sin lugar a duda, en educar a los jóvenes en el disfrute de los quehaceres diarios y potenciar sus habilidades. Respecto a los adultos, ni yo mismo lo tengo muy claro, quizá si cada uno de nosotros diéramos ejemplo y trabajáramos con el fin de contribuir a la sociedad, la situación cambiaría radicalmente.

Julio Romano
1º Bachillerato