domingo, 24 de mayo de 2015

La despedida

Aunque apenas clareaba y el sol se escondía entre grandes y negras nubes, el joven caballero sabía que el día acababa de comenzar. Parecía una jornada más en el eterno regreso a casa, a su anhelado castillo, donde se reencontraría con su familia tras más de diez meses. Aún recordaba nostálgico cuando abandonó su hogar para ir en la ayuda de su mejor amigo, el señor del castillo al este del bosque. El joven recorrió con sus duras manos su frente, notando las cicatrices que tenía tras meses de guerra, muchas de ellas escondidas bajo su largo pelo negro como el carbón. Pronto se puso sus guantes de piel de topo para no perder los dedos, pues ya comenzaba a notar el gélido viento que le acechaba. Fue él quien tuvo la magnífica idea de acampar sobre la ladera de la montaña helada, consciente de que se iba a hacer de noche y no era sensato seguir avanzando hacia el bosque, cuyos peligros eran aún mayores bajo las tinieblas.

Sin embargo, ni el mismísimo frío ocupaba los pensamientos del joven, absorto en la nieve, pensando en lo que estaba por venir, porque aquel no era un día cualquiera. Aquel día se separaría de su fiel amigo, por el que había recibido tantas cicatrices y demás heridas de guerra y por el que recibiría otras tantas con tal de mantenerle con vida. Es cierto que el joven era muy reservado y era difícil verle mostrando, aunque sólo fuera un ápice, algo de sensibilidad, pero en el fondo estaba apenado por separarse a mitad de camino. Intentando olvidarlo, cogió su espada  y se subió a su caballo mientras el resto de su hueste se ponía en pie y empezaba a recoger el campamento. Vio cómo su amigo, el caballero de las Dos Espadas (llamado así por su famoso blasón) levantaba su tienda y mandaba a su criado traer los caballos. El caballero de las Dos Espadas era todo lo contrario al joven. Si el joven era tácito, su amigo era extrovertido, más maduro y mucho más alto. Emprendieron el viaje a través de la montaña hasta el bosque y pronto ambos caballeros se encontraron.

-Bonito día, ¿verdad Sir Landon? -así se llamaba el joven caballero.

-Bonito día para una despedida, mi señor -contestó.

Sir Landon sabía que estaba mucho más cerca de su casa que su amigo y señor. El caballero de las Dos Espadas había perdido su castillo tras un incendio durante un ataque bárbaro, y se dirigía al sur, en busca de su hermano, quien le recibiría con los brazos abiertos, y le acogería hasta que lograra reunir un ejército para recuperar sus tierras. Sir Landon observó con detenimiento el aspecto del caballero, febril y demacrado, fruto de una guerra que le había arrebatado casi todo cuanto quería, y sabedor de que pronto dejaría lo único que le quedaba, su amistad con Sir Landon. El castillo de su hermano se encontraba a más de cien jornadas de la casa de Sir Landon, e intuía que probablemente fuera la última vez que lo viera. Por su cabeza pasaban un sinfín de recuerdos inolvidables, aventuras que no se repetirían jamás. A las puertas del bosque llegó la esperada división.

-Bueno, supongo que aquí se acaba nuestro camino -dijo el caballero de las Dos Espadas con voz suave.

-Una despedida me temo -Sir Landon miraba fijamente a su señor-. Adiós, mi señor, mi hermano de sangre. Tened cuidado en vuestro viaje.
- Oh, no seas tonto Landon -le contestó con tono afable-. Esto no es un adiós, es sólo un “hasta luego”.

Y arreando a sus caballos, Sir Landon marchó hacia el castillo, hacia su hogar. El caballero de las Dos Espadas lo contemplaba con una sonrisa, y veía cómo poco a poco Sir Landon se alejaba y su figura se perdía en la nieve, sabiendo que algún día lo volvería a ver, ya fuera en esta vida o en la otra.

David Pardillos
2º Bachillerato


martes, 5 de mayo de 2015

Al padre Jorge Loring, SJ*

Soldado fiel de noble Compañía,
la que por San Ignacio fue fundada;
defensor que fortaleza bien guardada
con tinta y pluma valiente defendía;

siervo que al fin, al dar a luz María,
nuestra dulce madre inmaculada,
al Niño Dios en el portal postrada,
como Cristo murió, así él moría.

Moría pues, y mientras vacilando
la vela de su vida ya se apaga,
en el coro de tus santos va entrando.

Y pasado el trance de la hora aciaga
su alma estará tu rostro contemplando,
pues vos mismo, Señor, seréis su paga.

Juan Gómez Carmena
2º Bachillerato



*El padre Jorge Loring fue un sacerdote jesuita y apologeta católico que nació el 30 de septiembre de 1921 y murió el 25 de diciembre de 2013.