miércoles, 10 de diciembre de 2014

Dejar huella

No tengo prisa en llegar a casa, no tengo a nadie que me espere allí; esta noche no. Elena dijo que se iba a visitar a sus padres, que hacía que no les veía desde la boda. Perfecto, así puedo dar un pequeño rodeo.

Me encanta el rostro de la ciudad a estas horas, con las farolas despidiendo al sol y dando la bienvenida a la luna.

Me encuentro con un edificio aparentemente normal: no tendrá más de cinco o seis plantas, pero con más de siete u ocho portales. No puedo evitar pararme frente a él y observarlo; ropa tendida, alguna que otra bicicleta colgada de forma estratégica, más de un chucho curioso que aún quiere vivir un poco más el día, fumadores que le buscan sentido a sus vidas...

A simple vista, no parece gran cosa, pero me entra una gran inquietud: ¿cuántas historias llenan esas casas? ¿Cuántas ilusiones se estarán produciendo entre esas paredes? Y lo más importante, ¿quién está narrando esas historias?, ¿quién está poniendo en verso las ilusiones de ese edificio?

Solo Dios sabe las múltiples historias y pensamientos que se habrán perdido en el olvido, únicamente porque las personas que los han experimentado no se lanzaron a escribirlas. En nuestra mano está el poder dejar una huella en este mundo, solamente necesitamos el valor de hacerlo.

Víctor Ortego
2º Bachillerato


viernes, 5 de diciembre de 2014

Un gato normal

Una calurosa tarde de verano mi gato comenzó a hablar.

-¡Humano, soy tu dios! ¡Dame tu sándwich! -dijo de forma arrogante mientras golpeaba con sus afiladas uñas el pan de mi sándwich de atún, haciendo que las migajas llovieran sobre él.

Yo, en silencio, simplemente lo observé, incrédulo y curioso a la vez. ¿Realmente esa vocecilla aguda pertenecía a mi gato? Vale que es un gato listo, pero de ahí a hablar… ¿Cómo le explico esto a mi familia?

-¡Humano, dámelo ya!

Al ver que no me movía, inclinó su cabeza y se quejó. Acto seguido, impaciente, me miró con sus ojos felinos, hizo una sonrisa gatuna, saltó y derribó de un zarpazo el sándwich de mis manos.

Yo aún no lo creía, así que, todavía mudo de asombro, observé cómo devoraba vorazmente el pan, dejando las baldosas del suelo llenas de migas.

-¡Gracias humano, ya puedes retirarte!

Él se tumbó en el suelo, giró su cuello y empezó a lamer su oscuro pelaje, ahora cubierto por los restos de mi merienda. Al ver esta escena no pude evitar sonreír. Y me di cuenta de que, aunque ahora pueda hablar, sigue siendo mi gato.

Fernando García Caraballo
Ciclo Formativo de Grado Medio



martes, 2 de diciembre de 2014

La última carrera

Ruido, ruido y nada más que ruido. ¡Nos bombardean! ¡Nos bombardean! ¡Cuerpo a tierra! Cuerpos borrosos y salpicados en sangre caen en mi trinchera, tengo que huir, estoy aterrado. Corro y corro, y al final de esta carrera, silencio y paz. Una lágrima desciende por mi mejilla, estoy vivo, sin duda estoy vivo. Giro la cabeza y unos rojizos fuegos artificiales dibujan formas tras mi ventana.

Rubén Salas
1º Bachillerato