miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ezequiel

El calor era horroroso. Ezequiel y yo, de la mano para no separarnos, íbamos apretados en unos de los pequeños vagones del tren. Un olor repugnante y nauseabundo, que desprendía la mayoría de las personas que llevaban semanas sin ducharse, invadía todo el vagón. Apenas veíamos nada.

Empezaron a chirriar las ruedas del tren y comenzó a disminuir la velocidad.

-Ezequiel, estamos llegando -le dije.

Ezequiel apretó mi mano más intensamente.

De repente, un destello de luz. Todos nos llevamos las manos a los ojos. Cuando conseguí acostumbrarme a la claridad del sol, distinguí a un hombre alto de estatura, con un precioso y corto cabello rubio como el aceite y con unos penetrantes ojos azules. Vestía una elegante chaqueta negra y encima del codo izquierdo llevaba un brazalete rojo con una esvástica.

-¿Quién es ese, Josué? -me preguntó Ezequiel asustado.

-Es el que nos va a sacar de aquí -le contesté para calmarlo.

Nos hicieron bajar del vagón con violencia. Una señora se cayó e inmediatamente fue castigada con una serie de bofetadas. Al poco tiempo estábamos todos en una perfecta fila. Al llegar nuestro turno, vimos a dos soldados vestidos igual al que nos había sacado del tren. A Ezequiel le mandaron bajar por unas escaleras que, por el poco alemán que sé, creo que ponía duchas.

-¡Yo voy con él! -grité.

Al instante recibí una bofetada y creí oír que luego lo vería. Eso me tranquilizó. Los dos soldados me examinaron de arriba abajo detenidamente. Me mandaron caminar hacia una puerta de metal.

-¿Qué es lo que pone? -pregunté interesado.

-“El trabajo te hace libre” -replicó un hombre con una barba canosa.

Me di cuenta de que nuestra función aquí era trabajar. Seguíamos en fila y nos fueron dando unos harapientos pantalones y una camisa a rayas. Me hicieron quitarme la camiseta que llevaba puesta y me tatuaron el número 312 en el brazo izquierdo. Ese sería mi nombre a partir de ahora. Nos llevaron a una barraca donde dormíamos unos quinientos hombres. El viaje había sido muy cansado e intenté dormir.

Al alba fuimos despertados de muy malas maneras y nos pusieron inmediatamente a trabajar con el estómago vacío. Me tocó la cocina. Tenía que cocinar una sopa aguada hecha con carne y verduras podridas. A través del pequeño ventanuco vi cómo se llevaban a gente.

-¡Oye 129!, ¿por qué se los llevan? -le susurré.

-Esa gente no trabaja y los alemanes los llevan a las duchas -me respondió temerosamente.

Entonces recordé que allí es donde habían llevado a Ezequiel y que todavía no había vuelto. Dejé de hacer mis tareas. A mediodía observaron que no había hecho nada y recibí  una brutal paliza de cuatro soldados. Cuando me di cuenta, ya estaba siendo arrastrado hacia las duchas. Llegué y me hicieron desnudarme y entrar en otra sala donde había más gente.

-¡Ezequiel, Ezequiel! -grité desesperadamente.

Entonces me di cuenta de que Ezequiel ya no estaba aquí.

Borja Elejalde
1º Bachillerato



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