viernes, 28 de noviembre de 2014

Un peculiar compañero

A Rick le avisaron de que esa misma tarde llegaría su nuevo compañero. Se sentó en su vieja silla de despacho forrada de cuero y se preparó un café como de costumbre. De repente, la puerta de la oficina se abrió y un hombre entró.

-Buenos días, señor Deckard, mi nombre es Brendan, soy su nuevo compañero -le dijo.

Rick dio un trago al café y observó con detenimiento a aquel hombre. Era alto y muy delgado, con ojos verdes esmeralda y tez blanca. Llevaba un sombrero de detective marrón y sostenía un maletín azul con la mano derecha mientras que en la otra portaba un pequeño dispositivo electrónico que el viejo Rick jamás había visto. Con expresión tranquila y alegre aguardaba la respuesta del inspector.

Rick supo enseguida a quién tenía delante, y haciendo ademán de coger el teléfono para llamar a su superior, le contestó al hombre con tono muy serio y enfadado:

-Me niego rotundamente a trabajar con un androide.

David Pardillos
2º Bachillerato





martes, 25 de noviembre de 2014

El mensaje

¿Por qué Pablo me manda un mensaje a estas horas? -pienso cuando cruzo la cama en busca del móvil. No hay nada que me guste menos que tener que leer su mensajito a las once de la noche.

“Alba, ¿te gustaría comer conmigo mañana? 23:00”.

Buff, paso de contestarle, y menos con la mierda de día que he tenido. Qué asco de vida. Pero, tampoco es plan de pagarlo con él, que no tiene la culpa de nada. De hecho, hoy no me he acordado de buscarle en el recreo. Igual habría conseguido alegrarme el día, siempre lo consigue.

Cuando me dispongo a contestarle; no sé a santo de qué, recuerdo lo que me ha contado Nuria. Me asegura que ha visto a Pablo tontear con su ex la semana pasada. No hay ser humano en el mundo al que tenga más asco. Seguro que me ha engañado con ella, y me invita a comer para pedirme perdón y suplicarme que no le deje. Cambio de opinión, voy a escribirle el mensaje con más odio que sea posible, me da igual lo que piense.

Un momento. Pero, ¿cómo se me ocurre ser tan egocéntrica? No he caído en la posibilidad de que él también esté cabreado. Igual se ha mosqueado con la foto que he colgado en la que salgo abrazada a Miguel. Qué bobo que es, si sólo es mi amigo de la infancia. No sé…

Aún sigue en línea. Si de verdad estuviera cabreado, me habría mandado el mensaje y se habría puesto a hacer otras cosas, o por lo menos es lo que haría yo. Quiere que conteste, que diga que sí; y si no contesto, se va a tirar esperando toda la noche, es capaz. Hizo eso mismo el día que nos conocimos, esperar a que contestara a su “Hola, soy Pablo. ¿Qué tal?” toda la noche, hasta que conseguí encender mi prehistórico teléfono, ¡a la mañana siguiente! Cuando le pregunté por qué lo hizo, me dijo que yo le merecía la pena.

Me doy cuenta de que le quiero demasiado como para contestarle cualquier barbaridad. Sólo él es capaz de hacerme sonreír como lo estoy haciendo ahora. Pero la experiencia me ha demostrado que no puedes fiarte de nadie. No voy a complicarme.

Vale. 23:01”.

Víctor Ortego
2º Bachillerato


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ezequiel

El calor era horroroso. Ezequiel y yo, de la mano para no separarnos, íbamos apretados en unos de los pequeños vagones del tren. Un olor repugnante y nauseabundo, que desprendía la mayoría de las personas que llevaban semanas sin ducharse, invadía todo el vagón. Apenas veíamos nada.

Empezaron a chirriar las ruedas del tren y comenzó a disminuir la velocidad.

-Ezequiel, estamos llegando -le dije.

Ezequiel apretó mi mano más intensamente.

De repente, un destello de luz. Todos nos llevamos las manos a los ojos. Cuando conseguí acostumbrarme a la claridad del sol, distinguí a un hombre alto de estatura, con un precioso y corto cabello rubio como el aceite y con unos penetrantes ojos azules. Vestía una elegante chaqueta negra y encima del codo izquierdo llevaba un brazalete rojo con una esvástica.

-¿Quién es ese, Josué? -me preguntó Ezequiel asustado.

-Es el que nos va a sacar de aquí -le contesté para calmarlo.

Nos hicieron bajar del vagón con violencia. Una señora se cayó e inmediatamente fue castigada con una serie de bofetadas. Al poco tiempo estábamos todos en una perfecta fila. Al llegar nuestro turno, vimos a dos soldados vestidos igual al que nos había sacado del tren. A Ezequiel le mandaron bajar por unas escaleras que, por el poco alemán que sé, creo que ponía duchas.

-¡Yo voy con él! -grité.

Al instante recibí una bofetada y creí oír que luego lo vería. Eso me tranquilizó. Los dos soldados me examinaron de arriba abajo detenidamente. Me mandaron caminar hacia una puerta de metal.

-¿Qué es lo que pone? -pregunté interesado.

-“El trabajo te hace libre” -replicó un hombre con una barba canosa.

Me di cuenta de que nuestra función aquí era trabajar. Seguíamos en fila y nos fueron dando unos harapientos pantalones y una camisa a rayas. Me hicieron quitarme la camiseta que llevaba puesta y me tatuaron el número 312 en el brazo izquierdo. Ese sería mi nombre a partir de ahora. Nos llevaron a una barraca donde dormíamos unos quinientos hombres. El viaje había sido muy cansado e intenté dormir.

Al alba fuimos despertados de muy malas maneras y nos pusieron inmediatamente a trabajar con el estómago vacío. Me tocó la cocina. Tenía que cocinar una sopa aguada hecha con carne y verduras podridas. A través del pequeño ventanuco vi cómo se llevaban a gente.

-¡Oye 129!, ¿por qué se los llevan? -le susurré.

-Esa gente no trabaja y los alemanes los llevan a las duchas -me respondió temerosamente.

Entonces recordé que allí es donde habían llevado a Ezequiel y que todavía no había vuelto. Dejé de hacer mis tareas. A mediodía observaron que no había hecho nada y recibí  una brutal paliza de cuatro soldados. Cuando me di cuenta, ya estaba siendo arrastrado hacia las duchas. Llegué y me hicieron desnudarme y entrar en otra sala donde había más gente.

-¡Ezequiel, Ezequiel! -grité desesperadamente.

Entonces me di cuenta de que Ezequiel ya no estaba aquí.

Borja Elejalde
1º Bachillerato



miércoles, 12 de noviembre de 2014

Instante

Me crucé con ella en una esquina,
donde el paso de cebra nos unió
en una minúscula galaxia
con nosotros por satélites.
Apenas un instante contemplamos
nuestra inmensa pequeñez.

Santiago de Navascués
Estudiante de Historia

lunes, 10 de noviembre de 2014

Inicios

Hoy era el día de no cumplir las normas: levantarse al mediodía, sin prisa para nada, abrir la vieja botella de “Soberano” que le regaló su padre, hacer el desayuno a fuego lento, incluso coger ese bizcocho de arándanos de la despensa… Este es el panorama con el que me encuentro cuando entro en la cocina: a ella frente a los fogones, con mi camisa favorita y su delantal de los domingos.

-¿Tienes hambre? -me dice, con esa voz tan alegre y esa sonrisa tan preciosa.

Contesto que sí, colocándome a modo de cliente de un restaurante en el umbral de la puerta, para ver si ella me sigue el juego.

-De acuerdo, sígame don Ernesto -dice mientras hace una leve reverencia y me guía hasta la silla.

No podemos evitar reír, pero tampoco parar de actuar.

-¿Cómo le va la mañana al director de la Escuela de Ingenieros Industriales? -me pregunta, a la vez que me rodea el cuello con sus brazos.

-Si me despiertan así, mejor imposible -contesto para después darle el beso con el que iniciamos un nuevo día.

Víctor Ortego
2º Bachillerato


viernes, 7 de noviembre de 2014

La cruda realidad

Es uno de esos días en los que sería mejor que no me hubiese levantado: la novia me ha dejado, me han dado una mala nota en un examen, discuto con mi mejor amigo y mi madre no para de decirme lo que debería hacer en vez de perder el tiempo escribiendo estas tonterías; pero es la única vía de escape que tengo.

¿Qué hago mal con la gente? A veces pienso si todo lo que hacemos por alguien sirve para algo, si lo va a apreciar o le va a dar igual, si va a surtir efecto o se va a quedar como está. A lo mejor el problema es que esperamos de la otra persona lo que nosotros estaríamos dispuestos a dar. Cuando nos importa alguien se nos pone una venda en los ojos que luego es muy complicada de quitar. Uno empieza a hacer cosas sin saber por qué, e incluso pensando que eran imposibles; tenemos puesta una ilusión en algo que no sabemos si va a salir bien o mal, pero que daríamos la vida porque saliera adelante. Todo parece perfecto hasta que nos encontramos con la realidad de cara y nos hace ver que todo puede cambiar en un momento, que lo que hoy es blanco mañana puede ser negro, lo conocido se convierte en desconocido. Te das cuenta de los pequeños detalles, de que tu madre lleva la camiseta que le regalaste, que hoy tu equipo está jugando de maravilla y que tu perro te está mordiendo el pie para que juegues con él... Por estos detalles son por los que vale la pena vivir.

Rubén Salas
1° Bachillerato